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Después de meter el gallináceo pico en los gallineros de otros, después de picotear en plazas, tolderías, torneos de tenis, lunas de Arcadia, calideces de infierno, rutas argentinas, humos de damasco y otras delicias, es mentira que siento que no se lo debo a nadie.
Por eso yo, en algo más que agradecimiento, tendría que decir que pasen, que picoteen, que degusten, que griten todo lo que quieran, que se sirvan.

Eso si no fuera que, por ahora, en la heladera de la creación, solamente hay medio limón y un cubito rosado.